Faltan un minuto y treinta y nueve segundos, Pau recibe de espaldas con la defensa de Oberto, entre el poste medio y el poste bajo. Un minuto y treinta y siete segundos. Sale por su hombro izquierdo ha
Tiempo muerto de televisión. Pau, sentado en el banquillo y alejado del corro, es consciente de la gravedad de su situación personal y de la gravedad del trance. El resto, le miran de soslayo como al ídolo doliente, no como al hermano recluta.
Carrusel de decisiones, faltas, tiros libres y un triple estático lateral que todos soplamos fuera del aro; sobrevivir.
Ese momento trascendental, aturdidos emocionalmente, finalmente vivo
Después, la satisfacción por vivir una ínfima parte, la inmensa calma posterior al derroche de emociones, el soniquete permanente del malogrado Montes, las repeticiones oníricas…
Este verano, a ocho mil kilómetros menos de distancia entre las sedes y el País Extremeño, acompañado de dos personajes pretendo palpar en directo la épica. Pero como entonces para ellos, la competición sólo es una excusa para ensayar la hermandad.
Y como ellos, yo también llevo mi barba.